De repente, por las calles de París, encontré unas 20 tablas de madera, restos de basura de una tienda. Algunas de las tablas tenían imanes en la parte trasera, por lo que se me ocurrió hacer mi arte como "señales de tráfico". Y dado que el factor orgánico ha sido una parte importante de mi proceso creativo, decidí hacer la colección en un parque, sobre el movimiento orgánico, y llamarla:
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Revoluciones Disfrazadas de Jardinería
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Una producción espontánea de pinturas se convirtió en arte callejero en París, una ciudad conocida por su rica historia artística. De alguna manera, la ciudad se conectó conmigo y con mi arte. Vibró, me ofreció esa intervención y le dio un nuevo propósito a lo que iba a ser basura.
Las obras de arte fueron ‘plantadas’ durante una soleada mañana de domingo...
Y luego, una semana después, volví… curioso por saber qué había sucedido con todas esas pinturas que había dejado en el parque. —A través de Instagram ya supe que algunas habían sido tomadas y adoptadas.— Cuando llegué allí, descubrí que todas las pinturas sueltas ya no estaban por el túnel donde las había dejado (por cierto, no supe nada de la mayoría de ellas). Sin embargo, los letreros, aquellos con imanes sobre las estructuras metálicas, seguían allí. En las semanas siguientes, volví al parque una y otra vez para ver qué había de nuevo. Cada semana pasaba algo: en un momento alguien dio vuelta una pieza, otro día una de ellas tuvo una pequeña corrección ortográfica en mi pobre francés, en algún momento otra cambió el mensaje, y de "Pierde tiempo -> Invierte <-” se transformó en “Perla del tiempo. Invierte", una interacción poética de un extraño. La exposición ya no era solo mía, de alguna forma cobró vida y comenzó a trascender orgánicamente.