Odiseo se levantó con una ligera incomodidad en el estómago. El gyro de la noche anterior no había caído bien, pero no era solo eso. Había algo en el aire esa mañana, una inquietud que no podía sacudirse. Desde la entrada de su tienda, dejó que el aroma del mar Egeo y el aire fresco del amanecer lo envolvieran. Sin embargo, incluso esos placeres familiares no lograban apaciguar la sensación que lo carcomía: la guerra se había convertido en un peso insoportable, una tormenta que devoraba todo a su paso.
A pocas horas de la batalla, los griegos se habían reunido temprano para discutir una cuestión urgente: necesitaban un plan B, una alternativa capaz de inclinar el destino a su favor. El campamento bullía de actividad: el entrechocar del metal, las voces graves de los soldados afinando estrategias y el crujido de las antorchas que aún resistían la luz del alba. Mientras caminaba hacia la tienda de estrategas, Odiseo no podía apartar un pensamiento de su mente. ¿Y si todo esto fuera un error? ¿Cuántas vidas más costaría esta obsesión por Helena? Sacudió la cabeza. No podía permitirse dudar.
Dentro de la tienda, el ambiente estaba tenso, casi eléctrico. Atenea, Epéio y otros estrategas aguardaban con rostros cansados, sus ojos reflejando la carga de años de batalla.
—¡Bien! —dijo Odiseo, cruzando los brazos—. Nada está descartado. Pensemos en todas las posibilidades. ¿Quién quiere empezar?
Atenea fue la primera en hablar, con un brillo perspicaz en los ojos. —¿Y si organizamos un espectáculo de danza con Pátroclo como protagonista? Tal vez podamos negociar una tregua temporal.
Epéio frunció el ceño, rascándose la barbilla. —¿Y si organizamos unos juegos olímpicos? Todo o nada: el ganador se queda con Helena. Simple, elegante y sin derramamiento de sangre.
Menelao gruñó desde un rincón, pero antes de que pudiera protestar, Atenea sonrió traviesa. —¿Qué tal piedra, papel o tijeras?
Atenea, con una mezcla de diversión y seriedad, sugirió otra idea extravagante.
—¿Qué tal si invitamos a los dioses para organizar una gran cata de vinos en las puertas de Troya? Dionisio podría traer los mejores néctares del Olimpo. Seguro que los troyanos, siempre en busca de estatus y prestigio, caerían en la tentación de abandonar su fortaleza por un evento tan exclusivo. Entre el postureo y la embriaguez, podrían olvidarse por completo de la guerra.
Odiseo soltó una breve risa. Aunque las ideas parecían absurdas, el brainstorming cobró vida. Sin embargo, el giro inesperado llegó cuando Epéio alzó la voz con determinación.
—Lo que necesitamos es una ilusión, algo que desarme la lógica troyana. Si creamos algo tan audaz que desafíe su entendimiento, no tendrán otra opción que aceptarlo.
—¿Algo como qué? —preguntó Odiseo, inclinándose hacia adelante.
—Una caja mágica que pueda mostrar imágenes en movimiento, como escenas de la vida real. Los troyanos quedarían hipnotizados, incapaces de defender su ciudad.
—¿Cómo la llamaríamos?
—La Caja de Pandora 2.0 —respondió Epéio con un brillo en los ojos.
Odiseo asintió lentamente. El concepto era audaz, incluso revolucionario. Pero entonces, una voz tímida rompió el aire. Era Filón, un joven soldado al fondo de la tienda.
—¿Y si construimos un caballo de madera? Un regalo digno de los dioses, lo suficientemente supersticioso para ser irresistible. Podríamos ocultar soldados dentro.
Las reacciones no fueron las esperadas. —¿Un caballo? —preguntó Menelao, levantando una ceja—. ¿Por qué no algo más original?
—Un toro o un ave fénix serían más majestuosos —añadió otro estratega.
—Un caballo simboliza fuerza y nobleza —respondió Filón con firmeza—. Los troyanos lo verán como un regalo divino. Además, construir un toro o un ave sería más complicado.
Odiseo lo miró detenidamente. Durante un instante, el joven soldado sintió que había captado su atención, pero entonces la mirada del estratega se desvió hacia Epéio.
—La caja. Esa es la clave. —Su voz no dejó espacio a dudas. La decisión estaba tomada.
Cuando la reunión terminó, Odiseo se quedó en la tienda con Epéio para afinar los detalles. Afuera, Filón observó el mar desde un promontorio. Su idea había sido ignorada, pero no estaba dispuesto a rendirse.
Durante noches en silencio, Filón reunió a un grupo de compañeros. Con madera y determinación, construyeron el caballo. Cada golpe de martillo era un eco de su anhelo de probar su valía. Finalmente, lo entregaron a los troyanos sin informar a Odiseo.
Los troyanos aceptaron el regalo con júbilo, viéndolo como una señal de rendición divina. Esa misma noche, los soldados escondidos tomaron la ciudad desde dentro. Al amanecer, el humo que se alzaba sobre Troya anunció el fin de la guerra.
Cuando Odiseo supo lo ocurrido, su victoria quedó teñida de amargura. La estrategia que había despreciado, la idea que había ignorado, había resultado ser la clave. Filón, el joven soldado, desapareció en el anonimato, un héroe olvidado.
Odiseo regresó a Ítaca con fama y gloria, pero en las noches más oscuras, sus pensamientos volvían a Filón. La historia del caballo sería recordada por generaciones, pero el verdadero artífice de la victoria quedó en las sombras, un recordatorio eterno de que en la guerra, incluso los más grandes logros pueden ser enterrados bajo el peso de la vanidad.