En mi último día en Sanlúcar la Mayor, un pueblo en la Andalucia profunda, me vi caminando hacia un pequeño montón de basura olvidado al borde del Camino Real Viejo. Era el final de una semana larga y tensa—una semana que había estirado al máximo mi paciencia. Mis vacaciones estaban a la vuelta de la esquina, y sin embargo, este lugar—este pedazo de desperdicio—me llamaba. La basura, mi última oportunidad de vaciar mi mente pintando, de capturar las ideas que llevaban semanas dando vueltas en mi cabeza mientras recorría este camino ya gastado, no muy lejos de Sevilla.
Basura como canvas — 2021.
Cogí mis acrílicos y pinceles, los dedos temblándome ligeramente, como si el peso del momento ya estuviera sobre mí. Había pasado por ese rincón día tras día en las últimas semanas, pero hoy se sentía diferente. Hoy la basura no era solo un cúmulo de restos olvidados, era un lienzo esperando a nacer pintura. El caminito estaba tranquilo, la luz se iba apagando—y con ella, la oportunidad de pintar.
Pero antes de dar forma a mis pensamientos, tuve que hacer una pausa. Tuve que quedarme a ver el atardecer—como un último respiro de paz antes de la tormenta.
Mientras estaba allí, viendo cómo el cielo se vaciaba de colores en el horizonte, sentí una sensación extraña de final—ese era el momento que había estado esperando. Un silencio previo a la tormenta de la creación. Y cuando el último rayo del sol se despidió, volví al lugar que había decidido pintar. Allí, en la sombra, reposaban los restos de la negligencia humana, pedazos de basura—retratos de momentos que la vida descarta.
La pintura comenzó a fluir—una mezcla de ideas guardadas durante días, pensamientos entrelazados con horas de contemplación, y algunos trazos espontáneos nacidos de la urgencia del instante. Algunos casi no tocados por la luz, terminados casi en la oscuridad, como si la misma noche no pudiera esperar a que se hicieran realidad.
A medida que la noche se hacía más profunda, sentí el peso del tiempo apretándome. Ya no había vuelta atrás, ya no habría otra oportunidad. Esto era todo.
A la mañana siguiente, mucho antes de que el sol aparecer, saltaba de la cama. Solo quedaban unas pocas horas antes de que dejara Sanlúcar para regresar a Barcelona. Sentía la fuerza del tiempo, empujándome a volver al Camino Real Viejo. Esta vez ya no se trataba de las pinturas ni de los momentos que había capturado. Se trataba de recordar, fotografar, de aferrarme a los hilos de lo que había creado.
El sol comenzaba a despuntar, y yo también volvía, volvía hacia ese montón de cosas olvidadas, esos fragmentos de la historia humana abandonados al borde de la calle. Las pinturas ahora, bajo los primeros rayos del día, parecían casi tener vida propia, exigiendo ser capturadas, ser preservadas, antes de que ellas también se disolvieran en la memoria. Solo unas últimas fotos, una huella final de lo que había pasado en el silencio de la noche. Momentos congelados a través de los ojos de este joven—Señor; alguien cuya vida se ha ido desplegando en capas, donde cada experiencia tiene tanto el peso de lo vivido como la chispa de nuevos comienzos.
— Acrílicos sobre basura — Sanlúcar la Mayor — España, 2021.